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Durante un tiempo, he mirado a través de un pequeño microscopio, materias orgánicas que cambiaban de estado. Podríamos decir que he mirado, de manera obsesiva, aquello que se degrada, si por degradación entendemos la pérdida de determinadas características de un cuerpo. Lo que he visto es puro cambio, es un paisaje en constante movimiento. Al mismo tiempo que miraba estos paisajes he seguido bailando, mi baile es la constatación de que yo también cambio, al igual que las imágenes que miro a través de ese microscopio, me degrado, mudo.

El nacimiento de la bailarina vieja es un acercamiento al cuerpo que envejece. Las transformaciones físicas que entraña el paso del tiempo se han ido encarnando en una criatura inventada, una bailarina que nació ya vieja. La bailarina vieja es un ser de formas excesivas que ha roto la discreción de lo útil. Ella es contraproductiva e infértil y ni siquiera tiene claras las diferencias entre principio y fin.

El baile de la bailarina vieja se dibuja a través de una carne que nunca ha sido poderosa, en la que, por lo tanto, no existe la melancolía que produce la pérdida, ni tampoco existe la pelea entre lo que fue y lo que es. El cuerpo de la bailarina vieja se entrena para prodigios que nunca podrá realizar. Pero a pesar de todas estas contradicciones, la bailarina vieja tiene una ventaja sobre las demás criaturas, ella baila con sus límites como parte de su propia esencia.

La bailarina vieja: Elena Córdoba - Creación de dispositivos visuales y creación del espacio: David Benito - Creación de dispositivos sonoros y creación musical: Carlos Gárate - Iluminación: Carlos Marquerie - Ayudante de dirección: Mar López - Vestuario: Cecilia Molano - Técnico de sonido: Adolfo García.

Estrenada en el Festival de Otoño, en los Teatro del Canal, el 24 de noviembre de 2018.

Documentación: Fernando Gandasegui en TEATRON